Javier Muñoz, | Voluntario de IAP
Barrancabermeja (Colombia)
A finales de noviembre llevaba dos meses en el proyecto de IAP. Había empezado a entender lo que hacemos aquí, el valor de nuestro trabajo y lo que significa nuestra presencia en el territorio. Pero sentía que el contexto cotidiano en el que acompañamos me mostraba solo una parte de Colombia: el trabajo que conlleva la vida campesina en el calor asfixiante del Magdalena Medio y las dificultades que enfrentan las personas que habitan este territorio y luchan por la permanencia en la tierra.
Han pasado ya unos cuantos meses desde ese final de noviembre, y ahora, a principios de julio, cuando me queda poco más de un mes para dejar paso a otras personas que se sumen al proyecto, recuerdo ese acompañamiento que me hizo ver otra parte de Colombia que hasta ese momento no había podido conocer. Una más de las que conforman este país, la tierrita, tan compleja y con tantas realidades diferentes.
En esta parte que no había descubierto aún, me encontré con un grupo de personas que me mostraron una Colombia divertida, cultural, viva y, si se puede decir, despreocupada, en el mejor sentido de la palabra. El 24 de noviembre de 2023 se cumplieron siete años de la firma de los Acuerdos de Paz y en la ciudad de Medellín, más concretamente en el barrio de Bello Oriente, se celebró el Festival Barrial por la Paz.
Hasta aquí estaba intentando escribir un texto bien hecho, un artículo interesante, pero lo que realmente quiero decir es que llegué a las actividades y me emocioné al ver una comunidad celebrando. Había grupos de baile de jóvenes de música urbana, gente preparando un sancocho comunal, y los chicos y chicas de Semillas Del Común representando la obra de teatro «Macario», que habían estado ensayando toda la semana anterior. Era complicado no quitarse el chaleco (metafóricamente hablando) y mezclarse en las actividades para dar unas cuantas patadas a un balón y volver a ser un niño sin más preocupaciones que meter un gol y sentirte el rey del mundo.
En general, cuando salimos a terreno vamos en parejas, pero en este caso, todo lo que estaba viviendo fue incluso más intenso y completo al poder compartirlo con tres compañeras más. Hablo por mí, pero creo que también hablo por ellas cuando cuento esto que vivimos, y lo afortunadas que nos sentíamos por estar allí.
Tuve la suerte de que este acompañamiento se alargase y así poder encontrarme con otra de las realidades surgidas de los Acuerdos de Paz. Los AETCR, antiguos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, son lugares donde antiguos miembros de las FARC-EP se reincorporan a la vida civil a través de proyectos productivos que benefician tanto a estas personas como a la comunidad con la que conviven. En este caso, acompañamos al AETCR La Plancha, en Anorí, que se encuentra en la zona rural de Antioquia.
Cuando llegas allí, te impresiona la belleza que rodea el espacio. Es innegable: montañas verdes que no acaban, mires donde mires; atardeceres con colores que no has visto nunca. Pero la realidad no es solo esa. Hablo a nivel personal, y aunque creo que es una iniciativa con un buen propósito, cuando la gente que vive allí te relata su vida, te das cuenta de que no se dan las condiciones suficientes para desarrollar un proyecto vital. Aun así, los proyectos productivos que se desarrollan en la comunidad tienen un potencial muy grande y son dignos de admirar. Y no es un cumplido vacío: su proyecto de confección, en concreto sus pantalones y riñonera, me han acompañado durante meses de trocha y barro, lluvia y sol, y ahí siguen, valga la redundancia, acompañando.
Esto es solo una pequeña parte, una experiencia personal dentro de la experiencia que significa IAP, las personas que lo conforman y las personas que se acompañan, que, llegando al final de mi estancia aquí, quería compartir.


